sábado, febrero 24, 2007

SÉPTIMA ENTREGA





5.
        James llegó a casa después de haber acortado su ronda por los bares a tan sólo un par de gin-tonic, para darse un poco de valor sin estar del todo borracho, ya que la petaca encubierta, como todos los días, se le agotaba antes de concluir la jornada laboral. 
        –Exex… Exex… ¡Dónde estás!
        Dijo en voz alta esperando una respuesta, pero nadie contestó. Hizo una revisión por toda la casa y no la encontró. En el cuarto seguían sus cosas. Por unos instantes, casi le dio un sobresalto de pensar que ya le había abandonado. Imaginó encontrarla en el sofá, frente a la televisión o con una sorpresa culinaria de agradecimiento, pero nada de eso pasó. Esperaría un rato mientras hacía algo de comer. Abrió un par de latas y puso a calentar el contenido en unas cacerolas, sobre la azulada llama del gas, y también preparó su habitual sopa de sobre.
        Pasaban los minutos y Exex no llegaba; la desesperación le invadía. Abrió una botella de vino y comenzó a beber con ansiedad. Pasaba el tiempo y seguía impaciente, bebiendo y esperando. Al final, no llegó. Tuvo que comer los alimentos quemados por el descuido y acabó durmiéndose apoyado sobre la mesa, con la ayuda de las cuatro botellas de vino que tomó.
          Ya había oscurecido, abrió los ojos y fue al baño a vomitar. Luego se lavó la cara, se miró en el espejo y al ver su rostro pensó que era menos que cualquiera. Estaba paranoico y se dirigió de nuevo hacia el cuarto de Exex. Vio la cama tendida y todo en perfecto orden. Entonces le surgió una idea un tanto impúdica, de curiosear entre sus cosas personales, en especial la ropa interior que encontró en el segundo cajón del armario, doblada con esmero a excepción de una braguita de color negro y encajes que estaba dentro de una bolsa transparente. No perdió el tiempo para observarla y comprobar que estaba usada, con rastros de flujo vaginal insertos en el tejido. La acercó a su nariz para olerla y se excitó con los residuos de la intimidad femenina, que no dudó en llevar a la boca para lamer. No tardó en sacar su miembro por la bragueta y comenzar a acariciarse junto a la puerta, atento a cualquier ruido, con la parte de la prenda que más le interesaba dentro de la boca, vibrando al compás del movimiento.   
        Una vez que terminó, con esa plácida labor, dejó todo como estaba y se sintió celoso, desconfiado sobre los verdaderos motivos de la ausencia de Exex, cuando pensó que seguro estaba con otro y él no importaba. En realidad, por ser de carácter enamoradizo ya la sentía como suya, sin embargo era consciente de que debía hacer algo más por conquistarla. De esa incertidumbre le provenía ahora la angustia, porque ella no llegaba y nada le salió como quería, aunque lo de las braguitas, pensó, no estuvo nada mal. A pesar de tener el estómago dolorido continuó bebiendo para aplacar la desesperación. Se le acabó el vino tinto y abrió una botella de ginebra que guardaba para las emergencias. Fue al salón y se recostó sobre el sofá… ¿Qué es lo que me aleja de ella? ¿Dónde está? ¿Qué estará haciendo? Y lo peor de todo: ¿Con quién? Estas preguntas le rondaban en la cabeza con una insistencia dolorosa. ¡Otra desilusión! ¡Una esperanza más fallida! Era un perdedor, siempre lo había sido. Ya desde pequeño en el colegio se metían con él, con sus orejas triangulares y su barriga. Su relación con el mundo siempre había sido difícil, como si entremedias se levantara una agobiante barrera infranqueable y todas las tentativas de buscar un cambio, de lograr mejorar, se vieran avocadas al fracaso. Su vida, de un modo u otro, era sufrimiento.
        Ya era entrada la noche y bastante tarde para andar en la calle. Exex aún no había llegado. Estaba muy borracho, casi perdiendo la noción de la realidad, fuera de cualquier pensamiento coherente. Tenía ganas de mear y se levantó, con un tambaleo inevitable, para dirigirse entre traspiés al baño. Rebuscó tras la bragueta con cierta torpeza, de una manera ya acostumbrada, para por fin aliviarse con la correspondiente micción que resonó dentro de la taza del wáter. Luego, al salir del baño, no se pudo contener y vomitó en medio del pasillo, resbalando al pisarlo y caer encima. Intentó reincorporarse pero volvió a resbalar y se arrastró hasta lograr, apoyándose en la pared, ponerse otra vez en pie, para caminar hacia la cocina en busca de más alcohol. En su nebulosa agarró una botella vacía, que estaba sobre la mesa, y entonces escuchó cómo se abría y cerraba la puerta de entrada. Salió indeciso hacia el pasillo, con la botella en la mano, y allí, en ese estado, fue sorprendido por Exex que llegaba dispuesta a entrar en su habitación, sin imaginar semejante escena.
        –¿De dónde vienes? –preguntó James, con la voz desvariada y de mal talante.
        –¡Qué pasó aquí! –exclamó confusa.
        –¡No me cambies el tema! –gritó James–. ¿De dónde vienes?
        –No creo que a ti te importe –contestó ella con tono de autosuficiencia.
        James, con esa afirmación, sintió el rechazo y la prueba patente del desinterés que suscitaba en ella, como un reflejo de su propia estima, y sin poder contenerse se quebró en un llanto terrible. Las lágrimas, como el agua de río desbordado, recorrían su rostro para mezclarse con los mocos que supuraba su babeante nariz, y todo este mejunje, escurriéndose hacia la boca, al hablar producía pompas que estallaban salpicando con el resoplido involuntario del lloriqueo.
        –¡Te he estado esperando todo el día! –se quejaba, con una expresión que le contraía el gesto.
        Exex estaba atónita viendo a James borracho y fuera de sí, empapado en su propio vómito y con la atmósfera envuelta con el olor ácido del alcohol y los alimentos descompuestos por los jugos gástricos.
        –¿Por qué me tratas así? –continuó James–. ¿Por qué me haces tanto daño?
        –Pero yo no tengo ninguna obligación contraída contigo –se quejó Exex–. Además, estás muy borracho.
        –¡Muy borracho! –gritó histérico y estalló contra el suelo la botella vacía que sujetaba en una de sus manos.
        Exex se echó hacia atrás, tratando de evitar los trozos de cristal que salían proyectados a lo largo del pasillo, cuando James caminó rápido hasta ella, dando tumbos con el crujir de los cristales bajo sus zapatos, para abrazarla con fuerza, casi con violencia, y decirle al oído con la voz quebrada:
        –Te amo Exex… No puedo vivir sin ti…
        Y la forzó para besar sus labios, cogiéndola con ambas manos por las mejillas que se arrugaban dolorosamente por la presión, sacando el bigote erizado. Exex se resistía pero comenzó a sentir algo extraño, el ya consabido escalofrío masoquista que se encargaba de erotizar su ya confundida percepción, con el sabor salado de la boca de James que le agrandaba tal estremecimiento. Era en sí delirante, pero cierto. El laberinto de la locura se hacía otra vez presente para trocar la violencia repulsiva en placer, para hacer posible que la voluntad de Exex y la lógica fueran cubiertas con una razón subyugada por los sentidos. James la acariciaba con torpeza y brusquedad, desaforado, y acabó haciendo el amor con ella de pie en el pasillo, con los pantalones caídos sobre los zapatos, en un acto que supuso una violación consentida.

        Uno nunca sabe lo que le espera. (Dicho popular.)


6.
        Al día siguiente dormían en la cama de la habitación de James, después de haber pasado la noche juntos. Por suerte, James se bañó antes de acostarse y ahora la luz entraba tímidamente a través de una persiana entreabierta. Eran las doce de la mañana y James no había ido a trabajar. Podía considerarse casi despedido, pues no era la primera vez que faltaba y por esta causa, y por otras indisciplinas, estaba bajo estricta observación. Abrió perezoso un ojo y dirigió su mirada hacia el despertador, que estaba sobre la mesilla.
        –¡Mierda! –exclamó, a la vez que despegaba la cabeza de la almohada, levantando la mitad del cuerpo.
        –¿Qué pasa? –preguntó Exex somnolienta.
        –¡Qué son las doce y no he ido a trabajar!
        –No creo que te pase nada por faltar un día.
        –Si sólo fuera uno… –se lamentó James.
        –Llama y diles que estás enfermo.
        –No me creerán, piensan que soy alcohólico…
        –¿Y lo eres?
        –¡Qué va! ¡Cómo voy a ser alcohólico! ¡Faltaría más! –dijo, convencido.
        –Entonces, déjalo, ya encontrarás otro trabajo.
        James pensó que sería bueno, ahora que por primera vez tenía una mujer en la cama, dedicarse a una más gratificante actividad, pues sentía algo bastante duro y crecido emergiendo entre las piernas, por lo que no perdió el tiempo para abrazar a Exex por detrás y penetrarla sin más. Ella le dejó hacer, a pesar de que James no le gustaba, porque quería experimentar de la manera normal, por su cosita y no como el difunto O’Kelly acostumbraba. En realidad ambos se morían de ganas por el hecho de ser primerizos en tales menesteres, y el uno tomaba la iniciativa cuando la otra recibía sin rechistar, en una peligrosa y desigual correspondencia afectiva que a la larga podría ser determinante para el desarrollo de su incipiente y frágil relación. 
        Luego se bañaron juntos e hicieron el amor bajo la ducha. Se veía que a James se le habían desatado todas las energías que jamás pudo emplear con una mujer, y lo que estuvo por tanto tiempo reprimido buscaba ahora liberarse con desenfreno, sin que ninguna resaca o malestar se lo impidiera.
        James, en su labor de conquista, de intentar parecer el mejor de los hombres, decidió preparar el desayuno para su bigotuda bonita, con un buen tazón de leche caliente, tostadas y verdosa mermelada; y por último, para él, unas magníficas torrijas de pan empapado en ginebra (pues el vino tinto se acabó en la borrachera), con azúcar glasé por encima y servidas con un vaso de leche endulzada con Cointreau.
        –No te parece que bebes mucho –le interrogó Exex suspicaz.
        –No pienses así, esto es una receta especial…
        –No creo que sea muy bueno aderezar la vida con alcohol –insistió.
        –¿Acaso me ves mal?
        –Se nota que no te viste anoche –dijo, seria–. Sólo tienes que echar un vistazo al pasillo…
        –No te preocupes, eso lo limpio luego.                                 
        –¿Y estás todo el día empinando? –preguntó, sin quitar el dedo del renglón.
        –No, sólo a veces… ¿A ti no te gusta?
        –De vez en cuando, pero no mucho –respondió–. Me gusta, sobre todo, el vino tinto californiano con la cena, y la cerveza tipo Pilsen para acompañarla con algo de comida y conversando con alguien en un lugar agradable.
        –¡Pues, necesitas de toda una infraestructura para beber! –exclamó con intención de hacerse el gracioso–. Yo creo que el alcohol es el elemento primordial… Estaría bien que abrieras el grifo y saliera vino tinto, que el mar y los ríos fueran de vino tinto… ¿Te imaginas nadar en vino? Ja, ja. ¡Sería maravilloso! –dijo, con una amplia sonrisa.
         –Sí, eso está muy bien –comentó Exex después de reír la ocurrencia–, pero no creo que sea bueno apoyarse en el alcohol y parece que tú lo utilizas para tal fin –añadió incisiva.
        –Me ayuda… Efectivamente –admitió James.
        –Entonces, ¿no podrías vivir sin él? –prosiguió Exex.
        –El alcohol no es malo, lo recomiendan hasta en la Biblia.
        –Entonces, ¿eres alcohólico? –y le lanzó la pregunta como un dardo.
        –No, de ninguna manera –contestó rotundo–. El que te guste el vino no quiere decir que lo seas.
        –¿Pero no puedes dejar de beber? –insistió con la intención de acorralarle.
        –No es que no pueda, es que no quiero.
        –Entonces, ¿eres alcohólico? –preguntó, ya casi imponiendo la afirmación.
        –No lo soy.
        –Sí lo eres –le acusó.
        –¿Y tú, cómo lo sabes?
        –¡Sí lo eres! –afirmó subiendo el tono, bajo la sombra de su bigote.
        –¡No lo soy! –gritó James.
        –Eres una mierda –le dijo Exex con desprecio y continuó con gravedad–: Si no bebes no existes; si te quitan la botella no eres nada y con ella tampoco.
        –¡No me trates así! –gritó afectado–. ¡No! ¡Así no me ayudarás!
       En su mirada podía advertirse el dolor y la confusión, cuando se soltó en un súbito llanto con el que pretendía ahogar su evidente apuro, y se quedó al descubierto a la vez con esa reacción. Sin querer, Exex le hundió diciéndole en la cara, cuando todo le parecía tan bonito después de haber hecho el amor, eso que le sobrepasaba y era su tremendo complejo de inferioridad. Y Exex ya se daba cuenta de todo, de lo patético que se presentaba llorando a moco tendido, un borracho al que se le inflamaban, en su convulsión, rojizos capilares sanguinolentos que como una red se le extendían por la nariz y las mejillas.
        –Perdona James, no era mi intención herirte…
       Y le abrazó para calmarle, sintiendo algo de repugnancia al tocarlo, aunque paradójicamente se vio invadida de ese morboso placer que tanto la desconcertaba, pero que también tanto la hacía disfrutar. Y le besó en la boca, saboreando otra vez el pringoso salado de sus labios, y se excitó aún más, hasta el punto de querer hacerlo ahí, en la silla, sentada sobre él, pero se contuvo para no ofrecer tantas concesiones a alguien que no las merecía. Pensó que ya tenía suficiente con lo conseguido, cuando ella accedió, dejándose llevar por los impulsos, con alguien que nada le importaba y que sin testigos, sin dejarse ver en público, no tendría mayor inconveniente. Pero ya intuía lo perjudicial de sumergirse en dicha dinámica, de ceder su cuerpo a un hombre tan vulgar, y después de ese beso ya no quiso más, cuando James pensaba lo contrario y ella se levantó en el momento en que él intentaba tocar sus pechos.
        James no se sintió rechazado por la negativa, entre otras cosas porque pensó que era normal después de haberlo hecho dos veces, como si el acto sexual supusiera un contrato certificado de mutua aceptación del macho que se sabe poseedor de su conquista en propiedad; y así se lo hizo saber cuando, a continuación, le pidió amor eterno con un tono de voz que dejaba ver su desesperación, cuando también, más allá de toda prudencia, incluso le habló de matrimonio.
        –¿No crees que eres un poco posesivo? –preguntó Exex.
        –No soy posesivo, sólo te quiero para mí –contestó casi temblando–. Pienso que si estamos juntos es para amarnos, para ser felices –agregó, convencido de sus palabras.
        –¿Y eso qué es? –repuso ella dejando ver su malestar–. ¿Son tus intenciones las únicas que cuentan?
        –¿Qué quieres decir con eso? –preguntó inquieto.
        –Que todavía es demasiado pronto para decidir en el sentido que tú pretendes.
        –Pero hemos hecho el amor, hemos dormido juntos… –argumentó, creyendo que por ello ya se pertenecían.
        –Sí, pero por ese hecho no puedes quitarme la libertad –dijo, tajante–. Yo decido mi destino, no tú.
        –Sigo sin entenderte –dijo con desconcierto–. Pienso que si estás conmigo, y yo contigo, tenemos una obligación contraída el uno con el otro.
        –Pues, piensas mal.
        James decidió no presionar más para no arriesgarse a perderla, y aceptó las reglas del juego sin saber exactamente cuáles eran, creyendo que poco a poco quizá pudiera conquistarla, pues ella no le dejaba otra opción, nada más que morirse de celos ante la libertad de movimientos que ella reclamaba y sabía le sería imposible soportar. Exex, por su lado, pensó que estaría poco tiempo con él y se marcharía en unos días, pero no se lo quiso decir por si se echaba a llorar.

        Lo indefinido otorga, también, una comprensión indefinida que se pierde y difumina ante la ausencia de contenidos. (Richard Lucke)

  
7.
        A James le despidieron del trabajo y tomó unas vacaciones forzadas. De la indemnización tan sólo le dieron una pequeña cantidad, de lo que en condiciones normales le hubiera correspondido, un diez por ciento por ser despido procedente. Esta vez no fue a rondar por los bares, para tratar de olvidar o celebrarlo, aunque sí se dirigió a una vinatería para hacer una compra especial. Al llegar a la casa se encontró con Exex que iba de salida, a una sesión fotográfica asignada de casualidad cuando se pasó por la agencia para saludar, lo que le iría, pensó ella, muy bien para distraerse y salir de la rutina. A James no le gustó la idea, pero se calló para no espantarla y le comentó que le habían despedido. Ella le expresó todo su pesar (ya fuera cierto o no), y le dijo que a la vuelta se lo podría contar con más detalle porque en ese momento se tenía que marchar; y James se quedó como una estatua, con las bolsas de la vinatería en las manos, viendo la puerta cerrarse en sus narices. Pensó, como siempre, que todo le salía mal, nunca como lo imaginaba, y que tal vez debería desear todo lo contrario para que las cosas sucedieran de otra forma. Al menos tenía ocho botellas de vino tinto, y estimó que sería una magnífica inversión gastarse el dinero del finiquito en esa materia, lo cual le hizo asomar una sonrisa de resignación.
        Exex no tardó en llegar al lugar de la cita, un teatro en Broadway donde se llevaría a cabo la sesión para un catálogo de ropa informal, de una importante marca, inspirado en el mundo del cabaret. Allí estaba Pati Austin, que no dudó en mirarla por encima del hombro con cierto desdén, por aquella historia compartida que las malas lenguas evocaban, a modo de chiste mordaz, en la versión de una mujer bigotuda que en un ataque de celos, y revolver en mano, había ultimado a Ives Belmont cuando bajaba por las escaleras de The Cube. Exex, por ello, sentía el desprecio de sus compañeras, cuando cuchicheaban a sus espaldas entre risas disimuladas. Pero nada podía hacer, sólo demostrar que era de las mejores sobre la pasarela, delante de una cámara.
        FLASH, FLASH… Iluminaba su cuerpo la luz resplandeciente, recortando su silueta sobre el escenario bajo los focos y las miradas.
        –¡Mueve el cuerpo con gracia!… ¡Así, así!... ¡Eso es!
        FLASH, FLASH… Y Exex se movía con garbo, precisa en cada gesto, con la inspiración natural de una gran modelo, pues tenía lo suyo y su belleza, con el aditivo de ese gran mostacho que la elevaba a categoría de diva.
        –¡Nena, sólo quedan dos y descansamos!… ¡Muestra lo que tienes! –le animaba el fotógrafo.
        FLASH, FLASH…
        –¡Muévete!… ¡Mira hacia la izquierda!
        FLASH, FLASH…
        –¡Muy bien, muy bien!… ¡Perfecto!... ¡Ya acabamos! –gritó el fotógrafo a todo el equipo.
        Se apagaron los focos, retiraron las pantallas reflectantes y Exex bajó del escenario. Tras la primera sesión llegó el oportuno descanso, y todas las estilizadas modelos y cada integrante del evento parecieron adoptar otra actitud, ya no tan pendientes de lo que sobre el escenario sucedía, y se formaban corros para comentar la primera ocurrencia mientras fumaban un cigarrillo o iban en busca de un refrigerio. ¡Invita la casa!, se oyó de repente, y el ayudante de producción sacó una bolsa con varios gramos de cocaína. Sobre una mesa grande de cristal comenzó a organizar numerosas rayas, como si fueran lombrices blanquecinas, y la mayoría se acercó al dispendio ocasional de estimulante para tomar su regalía. Exex, aunque no era aficionada a ese tipo de sustancias, se esnifó un par de rayas porque, de vez en cuando, no le hacía ningún asco a algo que era tan común en su medio profesional.
        Todos conversaban en un ambiente social de cordialidad, cuando a Exex, que estaba sentada en un sofá con un vaso de naranjada en la mano, se le acercó el jefe de producción.
        –Hola, preciosa –saludó–. Estuviste muy bien –dijo, con su mejor sonrisa.
        –Gracias –contestó ella.
        El jefe era un guapetón y atractivo treintañero, bien vestido y con gafas oscuras, con la apariencia del típico play-boy que se trae de calle a las modelos principiantes que quieren destacar.
        –¿Cómo está la cosa? –continuó él, sentándose junto a ella.
        –Muy bien –contestó Exex, con una amplia sonrisa que estiró al máximo su amarronado bigote.
        –¿Oye, qué te parece si cenamos juntos esta noche? –le propuso con voz galante el productor.
        A Exex no le apetecía salir a cenar con nadie y menos con él, para figurar como una más de sus conquistas, otra de tantas que cedían a su cara bonita por simple conveniencia, con el riesgo de que luego pudieran contar chistes ante cualquier posible indiscreción sexual contada por aquél. 
        –No puedo… Pero, de todas formas, gracias.
        –¿Y eso? –preguntó, a la vez que echaba su brazo por el respaldo para abrazarla.
        –Porque esta noche tengo otras cosas que hacer…
        –Y yo tengo un buen trabajo para ti, en la televisión –le ofreció para engatusarla.
        –Hasta luego…
        Se levantó sin más y le dio la espalda, para alejarse al movimiento oscilante de sus caderas, dejando al jefe de producción con un palmo de narices. No era tan fácil como las demás, pensó, no tiene que arrastrarse.
        –¡Vamos chicos! –gritó el fotógrafo dando unas palmadas–. ¡Todos a sus puestos!... ¡Exex! ¡Continuamos contigo!
        Se encendieron las luces y ella subió al escenario, para ser de nuevo la protagonista, con las poses sensuales y elásticas de su incitante cuerpo.
        FLASH, FLASH…
        –¡Muy bien, sigue así! –le indicaba el fotógrafo.
        FLASH, FLASH…
        –Eso es, muy bien, muy bien.
        Exex se veía glamorosa, y el jefe de producción, desde una esquina, la observaba relamiéndose como un lobo que desea atrapar a su presa.
        FLASH, FLASH…
        Estaba inigualable, desplegando todo ese carisma que le hacía ser tan sexy. Se mostraba infinita, voluptuosa, sublime, cuando todos estaban al pendiente de una diosa que era iluminada por los flashes. Era la mujer bigotuda, de cuerpo esbelto, que hacía despertar todo tipo de pasiones.
        Y foto tras foto siguió la sesión, hasta que después de transcurridos cuarenta y cinco minutos, entre cambio y cambio de modelitos, le cedió el podio a Pati Austin, que también, hay que admitir, se veía preciosa con su larga cabellera y sus formidables piernas.
        Exex, mientras tanto, fue a cambiarse al camerino… Sobre la pared principal había un espejo grande, el suelo estaba alfombrado y el mobiliario consistía en perchero, sillón y tocador. Se encontraba en esa tarea de desvestirse, cuando la puerta, en la que se echaba de menos un cerrojo, se abrió de improviso.
        –Hola, preciosa...
        Era el productor jefe, con su impecable traje de lino y sus gafas de sol. Exex estaba desnuda pero no le importó, pues en su profesión era normal cambiarse delante de peluqueros, maquilladores, productores y diseñadores.
        –¿Qué quieres? –le preguntó con naturalidad.
        –A ti…
        Y se lanzó sobre ella para acariciarla e intentar algo que llevaba horas deseando, abrazándose a las nalgas con una mano mientras que con la otra la tomaba por la espalda, en busca de sus pechos para besarlos.
        –¡Quita cabronazo! –gritó Exex, metiéndole dos bofetones bien dados.
        Eso no se lo esperaba. A la segunda ninguna le había fallado, y más cuando él era un guaperas experto en camerinos.
        Entonces se fue como si nada, pero rabioso por dentro y diciendo:
        –Eres una puta.


8.
        Exex llegó a casa…
        –Hola –saludó a James nada más entrar.
        Estaba borracho, bastante para ser mediodía, y se levantó del verdoso sofá, que ya conocía sobradamente su trasero, para preguntar de manera inquisitoria:
        –¿De dónde vienes?
        –De dónde voy a venir… Ya te dije, de trabajar –respondió con extrañeza.
        –¿No has tardado mucho? –siguió interrogando nervioso.
        –¡Pero tú qué te has creído! –exclamó desafiante.
        –¡No me engañes! –gritó James.
        –¡Quién te engaña!... ¡Estás loco! –gruñó Exex.
        –¡Has estado con otro…!
        Ya estaba otra vez con los celos enfermizos, la prueba patente de su inseguridad, de la poca aceptación que de sí mismo tenía. No llegaba a creer que una mujer tan maravillosa estuviera con él. ¿Si nunca había sido capaz de enamorar a nadie, cómo era posible que una mujer así estuviera a su lado? No terminaba de digerir algo tan grande, de no tener lo suficiente como para despertar su admiración. Era el miedo, el terror a perderla, y sabía perfectamente que dicho estado era la misma condición de su ser, la esencia de su mediocridad.
        –Has estado con otro –repitió.
        –¡Me molesta que desconfíes de mí! ¡Lo que tienes que hacer es dejar de beber! –gritó furiosa, al rápido movimiento de su expresivo bigote.
        Exex ya estaba cansándose de James y de sus simplezas, cuando el precio que debía de pagar por estar ahí, en su casa, era demasiado alto en comparación con la ayuda y protección que necesitaba, de tener a alguien como un padre que se preocupase por ella. Pero James le ofrecía todo lo contrario, las exigencias de un amante celoso, pretendiendo dominarla en la confianza de que lo suyo, lo que compartían, era una relación formal, cuando Exex, quizá, tampoco se explicó cómo debía, con la firmeza indispensable para dejar las cosas claras. 
        –No me gusta que trabajes en eso –protestó James.
        –Yo soy libre para hacer lo que me da la gana –se defendió ella–. Además, fui a trabajar, a ganar dinero, precisamente lo que tú no haces, pues, por lo que parece, no sabes nada más que beber.
        –Bebo porque me despidieron del trabajo –argumentó con torpeza.
        –Pues, en vez de beber, podías buscar trabajo –le aconsejó, escupiéndole las palabras en la cara.
        –¿En qué? –preguntó James, extendiendo los brazos con las manos abiertas.
        –Con esas borracheras, de mendicante –soltó Exex con desprecio.
        James, la verdad, no podía decir nada a su favor, pero en la disputa trataba de buscar cualquier argumento para intentar sobreponerse, aunque en sus parámetros mentales, dominados por el alcoholismo y la desesperación, pudiera creer que tenía la razón.
        –Es igual, en tu trabajo hay mucha indecencia y malas compañías –contestó para evadir su responsabilidad.
        –Habrá lo que sea, pero ése es mi trabajo.
        –¿Ves? ¡Lo reconoces! ¡No es un trabajo decente! –y la señalaba con el dedo índice de manera acusatoria.
        –¡Soy libre! ¡Yo hago lo que quiero! –gritó Exex.
        –¡Entonces, lo reconoces! ¡Lo reconoces! –gritó colérico, dominado por una fuerza interior desvariada, algo similar a la locura, y se abalanzó sobre ella para golpearla en el rostro.
         Exex cayó al suelo y desde abajo, con la mirada llena de odio, le dijo resentida:
        –¡Eres un hijo de puta! ¡Ésta es la última vez que me pones las manos encima!
        –¡Hiii…! –gritó James desgarrado, con un alarido dramático, y salió del salón con las manos en la cabeza tapándose los oídos.
        En la cocina sacó una botella de vino, a la que le faltaba un cuarto, y la rellenó con ginebra. Se pegó un buen trago, capaz de atragantar al mejor de los bebedores, y se la terminó en unos instantes. Luego, dirigiéndose al armarito donde guardaba su arsenal etílico, abrió otra botella de ginebra. Empezó a bebérsela poco a poco, en acometidas constantes, sentado junto a la mesa de formica y bajo la lúgubre iluminación de un tubo fluorescente, mientras que Exex, con un portazo, salió enfurecida de la casa dejando a James sumergido en su vicio.
        La tarde pasó tan rápida como un suspiro acallado por los malos presagios, en torno a una relación imposible, y los miedos de James se materializaban en algo tan real como su misma suposición. Ya tocaba el final o el comienzo, porque nunca hubo un principio, la certidumbre nunca existió, sólo una idea pasajera, igual que la duración de ese mismo suspiro. La historia de amor, por lo visto, era sólo una probadita sexual por ambas partes: obsesión para él y enfermedad para ella, gestión inadecuada de los sentimientos con miras para la nada, y así, en vez de huir, Exex regresó a la casa empujada por una pulsión malsana, de querer saciar su curiosidad y experimentar, de nuevo, ese ansia que la conmovía hasta el deleite de los sentidos.
        James estaba recostado sobre la mesa de la cocina, con la cabeza ladeada detrás de varias botellas vacías. Exex lo miró con indiferencia y comenzó a prepararse algo de cenar. Comió de pié, allí mismo, mirando aquel deprimente espectáculo, y sintió lástima por él. Pensó que en el fondo, al contrario de O’Kelly, él no era malo, tan sólo estaba confundido por las efervescencias del amor y que, con esa actitud posesiva, sólo demostraba a su manera una preocupación vigilante hacia ella. Y vio la equivocación con respecto a sus verdaderas intenciones y recibió esa lástima como una herida infligida por ella en su corazón, y entonces volvió a tantear el peso de la responsabilidad y el compromiso por ayudarle.
        Después de la improvisada cena, y una vez reparadas las fuerzas, lavó los platos, recogió las botellas, los vómitos, y a duras penas llevó a James caminando tambaleante hasta la cama. Lo desnudó, le echó una última mirada, y se sintió satisfecha de su nueva actitud compasiva. 



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