sábado, marzo 10, 2007

NOVENA ENTREGA



 

TERCERA PARTE


1.
        Al saber que ya quedaba poco, Max se dispuso a ir al baño. Caminó hasta la puerta de los servicios y bajó por las escaleras. El suelo era de baldosas negras y las paredes recubiertas de gresite blanquecino, reluciente en las partes cercanas al techo y con un tono más opaco en el resto. En ese lugar, que estaba solitario, unos veinte mingitorios en la pared permanecían firmes y frescos para ser usados. Se acercó a uno de ellos, elegido al azar, y dejó escurrir por las cañerías el sobrante de sus riñones. Luego, se puso frente al espejo para lavarse las manos y pudo advertir, en ese instante, algo que le llamó la atención: una cuerda atada en una cañería se balanceaba dentro de una cabina sanitaria. Max se acercó para comprobar qué sucedía, pero el cerrojo de la puerta estaba echado. Tomó un poco de impulso, golpeó la puerta con el hombro y ésta se abrió. Su sorpresa fue mayúscula al ver un niño que pendía al extremo de la soga. Lo agarró con dificultad, pues pataleaba con fuerza, y lo descolgó como pudo.
        –¡Maricón! –le insultó Willy con su vocecita.
        Max le dio un sopapo y, agarrándole de una oreja, lo sacó de allí para entregárselo al primer custodio que encontró.
        El altavoz anunciaba la salida de su tren y se apresuró a la consigna para recoger el equipaje, encaminándose después hacia el vagón, con el billete en la mano, cargado con una valija de cuero. El revisor le indicó su lugar. Le había tocado un asiento junto a la ventanilla y sus tres compañeros de viaje ya estaban ahí: un matrimonio de la tercera edad, que discutían de no sé qué, y una joven y bella bigotuda que miraba triste a través del cristal.
        Dejó la valija en la parte superior y se sentó frente a Exex. Ella no le prestó la menor atención, ni siquiera para dirigirle una mirada. Los viejitos, al contrario, no pararon de observarle. Un tipo así no pasaba desapercibido, con no más de treinta años, el tupé embadurnado de brillantina, el arete de oro que colgaba del lóbulo de su oreja y vestido de cuero negro como un verdadero rocker de los sixties.
        El tren arrancó tras unos minutos de espera. Era uno de última generación, con compartimientos individuales, cabinas dormitorio, vídeo y un estupendo bar-restaurante. El viaje sería largo y pesado, pues tardaba treinta y seis horas en llegar a su destino, la costa del océano Pacífico, allá en una ciudad turística donde la gente se tostaba al sol en playas de arena blanquecina, para disfrutar de la vida nocturna y de la benevolencia de un clima tropical; lo mejor para unas vacaciones, las que iniciaba Exex para poner tierra de por medio, aunque fuera por unos días, con la ciudad de los rascacielos. Respecto a James, le daba igual, no sentía ningún remordimiento, porque fue un cretino en esta vida y lo sería en la otra. Tampoco le preocupaban las indagaciones de la policía y su posible relación con la muerte de un borracho. Estaba claro que era un acabado, cuando incluso le echaron del trabajo, y pensarían que no pudo soportar que aquella chica, la única que tuvo en su vida, le abandonara y por ello se suicidó. Exex, con estas vacaciones, sólo esperaba pasar la página del libro para cambiar el capítulo de su historia. 
        Estar en una cabina de tren, desde luego, no era demasiado interesante y más en un viaje tan largo, por lo que Max, siendo un tipo simpático, bien parecido y conversador, con un don especial para las relaciones humanas, sobre todo en lo referente a las bellas mujeres, rápido se decidió por entablar conversación con esa particular y bella bigotuda que tenía frente a él.  
        –Hola –saludó a Exex, con su mejor sonrisa.
        –¿Nos conocemos? –preguntó ella con desinterés.
        –No. Pero creo que lo más sensato, en una situación como ésta, sería conocernos –y luego se presentó–: Me llamo Max.
        –Yo Exex.
        Dijo extendiendo la mano, que al instante él tomó para llevarla a sus labios y besarla con suavidad, mientras miraba por encima y directo hacia el interior de los ojos de Exex. Luego, volvió a sonreír, dejando ver su blanca dentadura, que resplandecía de igual modo que el tupé y el arito de su oreja, y ella le correspondió con idéntica sonrisa.
        –¿Adónde vas? –preguntó Max.
        –A la costa.
        –Entonces, estaremos juntos hasta el final… Voy a la playa de vacaciones, a divertirme, a sacarle el jugo a esta vida.
        –Igual que yo –dijo Exex, sonriente–. Sólo quiero divertirme y pasarlo bien.
        –¿Sabes...? –continuó Max, con un tono confidencial de simpática actuación–. Yo creo que estamos aquí para disfrutar, para pegar un salto y olvidarnos de todas las preocupaciones. Hay que saltar y saltar, cambiar de ambiente, de un sitio para otro. La vida es una aventura que debemos experimentar con la pasión de una juventud interminable. Cambiar de escaparate constantemente, de lugar, tratando de mirar la realidad a través de diferentes prismas… La vida es tan bella como la quieras ver, es una cuestión mental, todo es según lo piensas y lo crees, pura sugestión que se materializa… Me gusta evolucionar, por fuera y por dentro, dar el bote y cambiar de ambiente… En realidad, soy un saltador de ambientes; ésa es mi profesión –y acabó sonriendo satisfecho.
        Exex comenzó a reír, ya olvidada de cualquier pensamiento nefasto, bajo la influencia de Max que le parecía tan gracioso y, además, no estaba nada mal, incluso mucho más guapo y atractivo que Belmont.
        –Sí, de verdad –continuó–. La mayoría de la gente vive para subsistir, para consumir sin dejar de pensar en problemas y preocupaciones; ya perdieron la ilusión, sólo trabajan y trabajan para mantener en pie un espejismo que es tan ilusorio como sus propias vidas. Ésa es la realidad para una inmensa mayoría.
        –Entonces, ¿tú no trabajas?
        –¡Por supuesto que no!
        –¿Y de dónde sacas el dinero? –preguntó intrigada.
        –¡Ja! –rió Max–. Pues, del banco.
        –¿Y para meterlo en el banco? –prosiguió, interrogando con curiosidad.
        –Pues ahí estaba –dijo, con un gesto condescendiente.
        –¡Así cualquiera!... Naciste con estrella y juegas con ventaja sobre los demás.
        –No es mi culpa –dijo, a la vez que sonreía.
        –Pero tus argumentos, de ese modo, pierden valor –objetó Exex.
        –¡Y qué le voy a hacer! –exclamó encogiéndose de hombros.
        –Pues cambiarlos…
        –Me podría estrujar la cabeza para buscar distintas soluciones, pero sería complicado y tal cual lo pienso me siento feliz, pues yo no soy culpable de nada… ¿Quién es más culpable: el perro que se caga en la calle o su dueño por dejar que lo haga?
        Exex rió por el planteamiento y contestó dubitativa:
        –Pues… no sé, supongo que el dueño.
        –Pues yo soy el perro, hago lo que quiero cuando sea y donde sea, y también soy el dueño, pues me dejo hacer lo que quiera y encima me saco de paseo –dijo, suspicaz.
        Y empezaron a reír a carcajadas ante la mirada atónita del matrimonio de jubilados.
        –Pensándolo así, tienes razón –intervino Exex–. El mundo gira y naces condicionado por las circunstancias.
        –Uno debe aceptar su esencia: me limito a dar botes mientras nadie lo impida –agregó riendo.
        De momento, pensó Exex, no había nadie más y sería bueno pegarse a un saltador de ambientes para olvidar lo inolvidable, la muerte por su propia mano de los dos últimos hombres de su vida. La vitalidad de Max tal vez fuese contagiosa y, sin duda, ya entreveía las ventajas de estar a su lado. Él también estaba solo, no sabía exactamente adónde ir, y lo mismo le sucedía a ella, además de que le gustaba y sentía cierta atracción por él. Era un vividor pero le daba igual, probaría de su filosofía.
        Salieron del compartimiento para caminar por el estrecho pasillo acristalado, tras la flecha que indicaba la dirección del bar-restaurante. El bar se situaba al final del tren y ocupaba un vagón completo, con una barra mostrador y unas cuantas mesas colocadas, de manera contigua, a ambos lados. No había mucha gente y sólo un par de borrachos bebían en la barra, mientras el resto de las mesas permanecían vacías. Se sentaron al fondo.
        –Hola buenos días –saludó el camarero, vestido a rayas con los colores de la bandera nacional y gorrita de aviador a juego–. ¿Qué van a tomar? –preguntó solícito.
        –Yo, una cerveza tipo Pilsen –ordenó Exex.
        –A mí, tráigame lo mismo –dijo Max.
        –¿Se les ofrece algo de comer?
        –No, de momento así está bien…
         Al rato ya tenían sobre la mesa un par de espumosas cervezas, bajo la luz de la mañana que se filtraba por el ventanal. Se miraban satisfechos por haberse conocido, con el deseo de compartir ese momento y sin pensar en la duda de no saber nada el uno del otro, simplemente unidos por la atracción de sentir que se correspondían por ese instante.
        –Jamás he conocido una mujer como tú… Estás preciosa con ese bigote –dijo él, mirándola a los ojos.
        Exex sonrió, elevando el bigote con gracia, para mostrar su agradecimiento. Sus ojos brillaban intensos, desnudando las emociones y aquella repentina pulsión por quien tenía delante. Max, muy hábil y decidido, enseguida se dio cuenta de este detalle y se acercó hacia ella, por encima de la mesa, para besar esos labios que tanto quería sentir junto a los suyos, en un primer roce de piel lleno de encanto. Tras este beso se miraron, con la complicidad de saber que ya se pertenecían por un tiempo que dejaba de serlo, y el rumor de sus pensamientos se agotó en un solo segundo. Era la magia que surgía de quién sabe dónde, así de repentina, fuerza alquímica que los unía en una misma sensación. Max, entonces, buscó algo en el bolsillo de su cazadora y sacó la mano cerrada, que abrió para enseñar dos pastillas rosadas con forma de corazón. Eran de MDMA, la sustancia del éxtasis placentero que como un tesoro él le ofrecía. Exex, sin dudarlo, cogió una y se la metió en la boca con un gesto sensual, cerrando los ojos. Él lo hizo de igual manera, y la pasó por la garganta ayudándose con un trago de cerveza. Se tomaron de las manos, mirándose con energía magnética, y ambos sintieron, el uno frente al otro, como si fueran un mismo ser.
        Una vez terminadas las cervezas, y ya fuera de ese intervalo astral, decidieron caminar por el pasillo del tren y ver pasar el paisaje con un borroso movimiento, esfumándose de sus retinas igual que los malos recuerdos en la mente de Exex. Era el hoy y el ahora y sentían deseos de amarse, de estar el uno dentro del otro, de arrancar sensaciones desconocidas por medio de caricias, entre los efectos de la sustancia que ya corría por sus venas. No podían aguantar, su necesidad era apremiante, de querer fundirse en un mismo cuerpo. Abrieron la puerta del baño y entraron. La ropa cayó al suelo con naturalidad, entre besos y caricias, y sumidos en un estado de éxtasis se amaron como nunca, con el sonido de las ruedas rozando el riel, como la piel de sus cuerpos que ansiaban querer desgastar de placer. Parecía no terminar aquella escena que querían infinita, como el estado supremo de su goce corporal. Era la copulación tántrica de una ofrenda a la diosa del amor, de una pasión tal que estuvieron haciéndolo durante largo tiempo. Él con su cuerpo tatuado y ella con la palidez de una piel de selenio, transmutaron el tiempo para inventar una nueva realidad, nada importó, solamente la energía que llegaron a compartir siendo de la misma esencia.

        La unidad armoniosa de dos cuerpos se establece a partir de un mismo pensamiento. (Saraswati Singh)


2.
        La ciudad los acogió todavía flotando en los algodones de su dicha, con una sonrisa de puro gusto dibujada en los labios por el influjo de la experiencia vivida, en un viaje que se preveía aburrido pero acabó siendo maravilloso. Era de noche y los edificios brillaban sin lograr opacar el cielo estrellado.
        Se hospedaron en un hotel económico, a dos cuadras de la playa, sin vistas al mar pero con una panorámica excelente de la ciudad. Había una sola cama y en ella se acostaron, sin darse tiempo a deshacer las maletas, para dormir durante un día entero y así recuperarse del viaje.
        El despertar les llegó con la luz del segundo día y enseguida ordenaron el desayuno. Hicieron el amor al bañarse, bajo el chorro del agua caliente, con una neblina vaporosa que los envolvía entre gemidos de placer. En el desayuno, al ver la mantequilla, a Max no le surgió otra idea que embarrar sus cuerpos con ella para luego repetir el acto, pero esta vez de manera salvaje sobre la mesa, al compás de las embestidas de él y los gritos de ella. Desde luego, una nueva ducha se hacía obligada y entre risas se quitaron la mezcla que los embadurnaba. Luego, deshicieron las maletas y, tras ordenar todas sus cosas y vestirse, la ciudad les recibió, al salir del hotel, tomados de la mano y con una sonrisa que se escapaba de sus rostros.
        Se acercaron a una venta de autos usados donde Max compró un viejo Dodge descapotable, de color canela, que tenía un buen sonido de motor. No fue mucho lo que pagó por él, apenas dos mil dólares, para tener la libertad de movimientos que ellos requerían. El sol lucía intenso y la brisa marina les acariciaba el rostro casi con indecencia, cuando corrían a toda velocidad por la carretera al borde de un mar tranquilo. Iban hacia la playa cubriendo sus ojos con gafas oscuras, con todo lo necesario para pasar el día entre el rumor de las olas.
        Aparcaron en el bulevar del paseo marítimo, a la sombra de las palmeras, y en pocos segundos ya estaban sobre la ardiente y blanquecina arena. Rápido se quitaron la ropa, para quedarse tan sólo en traje de baño: él con unos shorts negros y ella con un escueto bikini de colores. No había demasiada gente, pues aún era temprano, y tendieron las esterillas y untaron su piel con aceite de coco. Los dos así, en prendas menores, hacían muy bonita pareja, esbeltos, guapos y jóvenes, como si la vida les hubiera regalado la gratitud de haberse conocido. Max se excitó al ver a Exex tan sensual, con la palidez de su cuerpo en contraste con el bigote marrón y las gafas oscuras, y corrió hacia el mar para darse un inesperado y prematuro chapuzón. Exex no dudó y lo siguió, y en el agua, en suspensión gravitatoria, hicieron el amor pausados para no llamar la atención; él de pie y ella abrazada a su cuello, unidos en tan romántica posición. Se veían como dos pececillos enamorados emergiendo del agua, bajo un cielo azul intenso que nacía del horizonte cubriéndolo todo.
        –¡Esto es vida! –exclamó Exex, ya fuera del agua y con el cuerpo salpicado de finas gotas.
        –Estoy de acuerdo… Pero todavía nos queda mucho más –declaró él con optimismo–. Estaremos aquí como lagartos al sol, sin hacer nada, dedicándonos al deleite de los sentidos… Sí, esto es vida, pero esta noche, no lo olvides, nos toca tomarle el pulso al ambiente nocturno.
        –¿Adónde iremos?
        –Lo ideal sería buscar una fiesta y apuntarse a ella.
        –¿Y sabes de alguna? –preguntó Exex.
        –Hay muchas por aquí, tendremos para elegir –respondió despreocupado.
        –¿Tú crees?
        –Confía en mí, soy un auténtico saltador de ambientes, un especialista –dijo, seguro de sí.
        –Lo que tú eres es un auténtico vividor, al menos eso parece –comentó ella.
        –Más o menos, eso es lo que soy… Debe ser parecido a tu profesión…
        –No te creas… Desde afuera se ve muy bien, pero es bastante duro; aunque, la verdad, no me puedo quejar.
        –Creo que estamos tocados por la gracia divina –comentó Max, complacido de la vida.
       Se hizo un silencio, durante unos segundos, y Exex continuó:
        –¿Sabes?... Tengo la sensación de como si te conociera de toda la vida, de haber estado mucho tiempo juntos, pues todo es tan natural, tan fluido, que ya te quiero de una manera muy especial.
        –Eso no se dice…
        –¿Por qué? –preguntó extrañada.
        –Porque nunca hay que mostrar la profundidad de nuestros sentimientos, por una cuestión de simple supervivencia emocional.
        –No sé a qué te refieres, de repente me haces desconfiar…
        –Perdona, no era mi intención –y se excusó con una sonrisa–. Simplemente, creo que no conviene mostrar la totalidad de lo que llevamos dentro, y más al principio de una relación, para que no se aprovechen de esos sentimientos.
        –¿Acaso piensas hacerlo? –preguntó, algo desconcertada.
        –No… Sólo lo digo porque me caes bien, porque eres buena chica, demasiado joven y no sabes de estas cosas.
        –Eso me suena a advertencia…
        –No, ni mucho menos –rio–, sólo quiero ser sincero… Así soy, no te preocupes por unas cuantas palabras –Y se acercó para besarla en los labios, después de haberle quitado las gafas de sol–. Eres muy bonita y tú lo sabes, tienes que ser consciente de ese poder… No te preocupes, puedes conseguir y tener lo que desees.
        –Entonces, ¿por qué he de esconderte mis sentimientos?
        –Prefiero descubrirlos por mí mismo –contestó, a la vez que le guiñaba un ojo.
        –Pues dejaré que me explores a fondo –declaró Exex, con la mirada perdida en él.
        Se volvieron a besar, respirando un mismo aliento, y ella sentía algo diferente, algo nunca experimentado. Desde niña, cuando se le despertó cierto interés por el sexo opuesto, siempre había imaginado ese momento, el sueño maravilloso de encontrar al hombre de su vida. Ahora todo formaba parte de una corazonada, al estar segura de que Max era un guante hecho a su medida y que estaban predestinados para estar siempre juntos.
        El sol se movía en lo alto, y más gente llegaba a la playa para disfrutar de tan benévolo clima. Pronto la extensión se vio invadida de cuerpos expuestos a un sol abrasador, sombrillas de todos los colores y niños que correteaban a la orilla del mar. Cerca de ellos se instaló una pareja. Ella era una suculenta pelirroja de largos cabellos lacios, plagada de pecas, que según bajaba sus pantalones holgados, de tejido liviano de color verde oliva, dejaba al aire unas hermosas piernas al estilo de las de Pati Austin, bien moldeadas y con unos glúteos firmes y redondos que se escapaban de la ley de la gravedad. Su vientre era plano, sin una gota de grasa, y adornaba su ombligo con un arete plateado. Sus pechos, más grandes que los de Exex, buscaban, tersos y flotantes, la última línea del mar, con los pezones insinuándose debajo de la tela de un bikini verde claro. Su piel tostada, cubierta de diminutas pecas, tenía una apariencia de oro anaranjado, y sus ojos verdes, que culminaban dicha hermosura, parecían querer observar más allá de la distancia. Su acompañante era un individuo atlético, de esos que abundan en los gimnasios, que simulaba un muñeco escultural desprendiendo mil reflejos por el aceite bronceador embadurnado para acentuar la percepción de su impresionante musculatura. Y llamaban la atención, hasta el punto de que todos los miraban, incluso Max y Exex. Pero en ese intervalo, la solicitud y sonrisa de aquella pelirroja no eran para su acompañante, sino para un hombre de piel tatuada que estaba al lado de una bigotuda.
        –Cómo te mira ésa –señaló Exex, ya percatada de la incidencia.
        –Así parece.
        –¿La conoces?
        –No. Es la primera vez que la veo.
        El musculoso, con el cuerpo erguido, comenzó con una sesión de culturismo extendiendo e hinchando las formas anabólicas conseguidas en el gimnasio. Hacía poses y concentraba la tensión de sus músculos, en un espectáculo de lo más ridículo, mientras que la imponente pelirroja no cesaba de mirar a Max, que le devolvía la mirada sin importarle que otra mujer estuviera a su lado. Y Exex sintió la molestia con tal situación, cuando sus ilusiones se veían amenazadas antes de tomar consistencia.
        –¡No aguanto más! –protestó airada, y cogió sus cosas para salir hacia el bulevar.
        Su comportamiento, sin duda, estaba motivado por los celos (actitud que ya quedó clara cuando sorprendió a Belmont con Pati Austin), pero ahora, también, se unía el hecho de no quedar como una idiota, cuando él la despreciaba a través del flirteo descarado que siempre se suscita entre dos personas que se gustan y dentro de un ritual primario de conquista.
        –¡Espera, Exex! –gritó Max, en el momento en que ella se marchaba.
        –¡Eres un cabronazo! ¡Te vas a reír de tu madre! –le gritó enfurecida.
        Él optó por levantarse y seguir detrás de ella, después de haber recogido todas sus pertenencias.
        –No es para tanto… Estás celosa –trataba de excusarse.
        –¿Celosa por ti?... No lo creo –decía, intentando sacar tono de autosuficiencia.
        Al llegar al coche comenzaron a vestirse junto a él.
        –¡Qué! ¿Te gusta? –le preguntó agresiva.  
        Max prefería no hablar y seguía cambiándose como si nada pasara.
        –¡No me gusta que se rían de mí y menos delante de mi cara! –y estas palabras sonaron aún más amenazantes, con el bigote encima de los labios que las pronunciaban–. ¡Si quieres acostarte con otra, me lo dices y me voy!
        Ya dentro del coche, Max se puso al volante y arrancó.
        –Perdóname –dijo entonces–, no sabía que te ibas a poner así… Tú eres suficiente para mí y para cualquiera, pero eres demasiado celosa, demasiado joven…
        –Me das motivos para ello –se quejó Exex, con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión seria en el rostro, con los morritos y el bigote para afuera.
        –Una miradita de nada, no conlleva al contacto físico –trató de convencerla.
        –Perdóname, es que no estoy acostumbrada, será cuestión de adaptarse –contestó con ironía.
        Y recorrieron la carretera a toda velocidad, dejando a sus espaldas la ancha y difusa franja del mar.


3.
        Sobre el fondo de estrellas del cielo se recortaba un bungalow, iluminado como si fuera una estatua, en un jardín de perfecto césped con yucas enanas y palmeras africanas. En la parte posterior, contrastando con el agua oscura del mar, a la luz de unas cuantas farolas, había una piscina ovalada y una de terraza repleta de personas bailando. Bebían y charlaban en ambiente festivo, y el entusiasmo era general.
        Al final de una larga hilera de automóviles, aparcados frente a la casa, se sumó otro de color canela que paró junto al enverjado del vasto jardín.
        Max sacó dos corazones rosas, le entregó uno a Exex y los pasaron con un poco de agua. Luego, buscó algo por debajo del asiento y, con algo de dificultad, terminó por extraer una bolsa de plástico negro.
        –¿Qué es eso? –preguntó Exex.
        –Caramelos.
        Max abrió la bolsa y se la enseñó. ¡Estaba llena de pastillas de éxtasis con forma de corazón! ¡Eran, por lo menos, más de quinientas!
        –¡Conque el dinero estaba en el banco! –exclamó Exex con cierta ironía.
        –Soy un auténtico saltador de ambientes, no lo olvides.
        Resulta que el nuevo novio de Exex era un auténtico dealer, distribuidor de sustancias psicodélicas en fiestas selectas, operaciones con las que llegaba a ganar en una sola noche alrededor de diez mil dólares.
        –¡Eres una cajita de sorpresas!
        Añadió Exex, ya fuera del coche, cuando Max la abrazó a la luz de una farola y la besó en los labios.
        –Yo seré una cajita de sorpresas, pero tú eres preciosa –Y se pasó la lengua por los labios.
        Caminaron hacia la fiesta tomados de la mano. Vestían con gusto. Él con una americana de cuero negro con la parte de los hombros en terciopelo azul, pantalones ajustados, botas puntiagudas, el tupé resplandeciente, gafas oscuras y toda la fuerza y el atractivo de su personalidad. Ella sublime, como siempre, sacada de un figurín de modas, con sus piernas al aire, la falda extracorta, zapatos de plataforma y un chaleco de plumas negras debajo del cual tan sólo lucían unos puntiagudos pechos con pezones de fina piel.
        Entraron por el jardín, al resguardo del personal de seguridad. Max habló con un mayordomo que les indicó el camino hacia la fiesta. Todos se apercibieron de su presencia. ¡Por fin llegaba el gran hombre!, y muchas caras se iluminaban con una repentina sonrisa. Algunos se conocían y otros no, pero ya corría la voz de que unos corazones rosas amenizarían la velada… Zis zas, el dinero pasaba de manos una y otra vez; zis zas, todo con discreción, como si nada sucediera; zis zas, al cabo de un rato todos bailaban poseídos por un ritmo frenético y con una sonrisa placentera impresa en los labios. La fiesta rave daba comienzo gracias a Max. ¡Era la hora de divertirse! Los camareros, vestidos de etiqueta, pasaban bandejas de bocados y canapés: caviar, salmón ahumado, quesos varios, carnes frías, patés, vino tinto, blanco, rosado, todo tipo de bebidas inteligentes, postres y diversas delicias. Era un reventón refinado, para gente de la alta sociedad y farándula reconocida, donde Max y Exex figuraban como las estrellas de la noche.
        Ella, la mujer del lustroso bigote, se movía al ritmo ácido de la música y muchos hombres al verla no podían más que desearla; y Max, a su vez, bailaba bajo la mirada atenta de alguna que otra mujer, y muchos se volteaban para ver a tan bonita pareja. Entre el fulgor del ritmo se abrió paso, entre la gente, hacia el lugar donde ellos estaban, una silueta femenina que se contoneaba al caminar sobre unos zapatos de tacón, aliñada con un vestido de color verde claro, escotado por delante y por detrás, que cubría con esa levedad el cuerpo plagado de pecas de una mujer espectacular. La pelirroja, de melena lacia, enseñaba las piernas hasta casi por debajo de su parte más secreta, con esa prenda que se sujetaba con un par de finas tiras.  
        No tardó Max en encontrar su mirada y Exex en darse cuenta. La incomodidad también surgía con su llegada, pues Max, al cabo de un rato, e impulsado por los gratificantes efectos de la droga, acabó, sin poder evitarlo, bailando frente a ella pero sin abandonar del todo a Exex, que se sintió de nuevo despechada. Y le surgió el dilema de siempre, cuando cualquier putilla llegaba con la intención de arrebatarle a su compañero, y no dudó en reaccionar según lo acostumbrado, por lo que se acercó a Max para masticarle a escasos centímetros de su cara las siguientes palabras:
        –¡Eres una mierda!
        Y se dio la media vuelta para dejar a la vista de Max su bonito trasero, que se alejó agitado con el caminar en dirección a la puerta de salida. Max, tras despedirse con un guiño de la pelirroja, corrió detrás de Exex como una sombra distante que se perdía entre la multitud.
        Exex caminaba cabizbaja y pensativa, enfurecida, hacia el descapotable de color canela, por entre una fila de coches aparcados. Su mente se centraba en la confirmación de sus temores. Era la misma pelirroja de la mañana y las mismas miradas, incluso con más descaro. Sentía el engaño por segunda vez, en un mismo día y con la misma persona.
        –¡Espera! –gritó Max, que la seguía a unos cuantos pasos.
        “¡Qué te espere tu madre!”, pensó Exex.
        Max aceleró el paso, hasta emparejarse al lado de ella.
        –Ha sido una casualidad –se disculpó.
        –¡Me tomas por estúpida! –tronó colérica, enfrentándose a él en actitud violenta.
        –¿No podrás decir que te he engañado? –argumentó.
        –¡Poco te faltó! ¡Casi te la tiras ahí mismo!
        –Ella me miraba y se acercó. No pude evitarlo… ¿Qué querías que hiciera? ¿Qué saliera corriendo?
        Y, tras esta disculpa, el contorno de la mano de Exex quedó marcado en el rasurado rostro de Max, a un lado de su rockera patilla.
        –Ahora déjame –pidió Exex ahogándose con un sollozo contenido, pero sin soltar ni una sola lágrima.
        Max la rodeó con sus brazos y la besó en la boca, cuando los ojos de Exex, ya sin remedio, se humedecieron.
        –Perdóname –le rogó Max–, no volverá a suceder… Procuraré adaptarme a ti, seremos uno, créeme, eres una verdadera diosa para mí.
        Luego subieron al coche, para arrancar y perderse entre las sombras de la noche.

        No hay dos sin tres. (Dicho popular.)



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